lunes, 29 de junio de 2009




HISTORIA DE UNA INFIDELIDAD



El día prometía como tantos otros, nada o muy poco esperaba el hombre sin luz en sus ojos, pero la fuerza de la supervivencia, la necesidad de cada día, hacía que el momento de renacer cada mañana fuera un momento de nada, vivir por vivir.

Su habitación, ese inmundo cuarto en el que malvivía era su única posesión, la luz que no penetraba en esa estancia se hacía innecesaria para su vida, su vida era oscura como la luz de su mirada, nunca conoció la luz del sol, ni los tenues rayos de la luna llenaron nunca sus escasas sonrisas, él siempre pensó en forma de consuelo, que no se podía amar lo que no se conocía, decía que sólo se ama lo que se conoce, le servía de consuelo para ocultar su ceguera. Quizás esa oscura reflexión sólo la hacía delante de las personas para justificar algo injustificable, pero en su soledad, en esa soledad de su cuarto oscuro, él siempre imaginaba cómo serían esos rayos de sol que tibiamente calentaban su piel cuando se disponía a ir al quehacer diario, cómo sería la noche con luz de luna, en algún momento de locura de pensamiento quiso imaginar cómo sería encontrarse cara a cara con la belleza de una muje

r, algo que nunca podría conseguir, pero que era lo único que le mantenía un poco despierto

en la oscuridad de sus noches completas.

Siempre al acostarse, justo antes de dormirse, su

mente ilusionada, juguetona, alegre y un poco casquivana, imaginaba cómo sería la mujer mas bella, muchas veces oyó eso de “perder la cabeza por una mujer”, él, que nunca conoció el amor, que nunca pudo saborear los besos reales de una mujer enamorada, esos que solo una bella doncella ofrece al hombre que quiere, nada más du

lce –pensaba-, los besos de una mujer enamorada, siempre, siempre un segundo antes de caer en profundo sueño, casi como recitando todas las noches el encantamiento, cantaba, nada más dulce que los besos de una mujer enamorada y como si de un hechizo real se trat

ara, el sueño siempre hacía su efecto.

Ese día se noto extraño, quizás algo inquieto, por un momento pensó que era de noche,

pero qué más da, se dijo así mismo, noche o día

, qué tontería, si mis días son de noche y mis noches son noche todo el día, en ese pensamiento

de gracia le vino una carcajada, algo como una mueca, pero al fin y al cabo, una mueca de gracia en ese momento de su vida era casi como una gran carcajada, algo casi inusual.

Palpando con maestría adivinó como un maest

ro donde se encontraban sus ropajes de todos los días, su bastón era compañero inseparable y su habitación sin luz un refugio de cosas inconfesables.

Caminando con el arte que solo un oscuro de luz sabe caminar, por las cuestas de una ciudad moderna con esos semáforos sin luces, esos cru

ces sin barreras, esas esquinas perdidas, con esas traicioneras baldosas de perezosas trampas, esos molestos y traicioneros enemigos de lo ajeno, que no se apiadan ni de la pasión de un devoto.

En ese vaivén de sus piernas llegó donde qu

ería llegar, a la chatarrería de su compadre. Con el bocadillo de sardinas en mano fue recibido el presente con cierto comedimiento.

Un ser de amplia barriga y cortos modales, gran na

riz y cortas piernas, lo único realmente largo era ese bocadillo de sardinas que rebosaba el aceite de la lata por todas las partes de la gran barra de pan.

“Parece que estás como siempre” -le dice el hombre del bastón- “sigues con la costumbre del buen desayuno”. El hombre de larga nariz hizo un gesto con su mano izquierda a modo de servilleta que fue el momento ideal para ser un hombre sin luz.

“¿Qué, te hago un cartel a mi estilo?” le dijo el de

sconsiderado ser de repelente aspecto.

“Bueno, pero que quede clarito, que en ello me va el día compadre”.

Dicho y hecho, de dos bocados de caimán se acaba el personaje el tremendo bocadillo de sardinas con aliño. Con un gesto sin gracia arranca un cartón de una caja de zapatos y empieza a escribir el texto de encantamiento, nada importaba que el aceite de sus manos dejase la huella del festín anterior


El hombre de la eterna oscuridad ese día lo vio más claro, cogio el encantamiento y se fue al lugar de costumbre a trabajar, como era su norma.

Ese día salió limpio, soleado, las palomas alborotadas revoloteaban por todas partes, los niños con sus cuidadoras hacían más alegre la bondad de la mañana, el entorno de olores es lo que

realmente dominaba el ser del cartel de encantamiento, sabía diferenciar con maestría lo que se acercaba, era hombre o hembra como le gustaba decir en voz baja, niño, perro, era el único poder que tenía, distinguía todos los aromas de las flores, sabía de memoria el nombre de las flores por su olor, casi era capaz de adivinar la composición de algunos perfumes, pero eso no era suficiente para empezar a recolectar las ganancias de ese día, o sea, que se puso manos a la obra. Con arte sin par depositó con maestría el cartel al revés, la lata de no sé qué marca ilegible de elementos extraños al lado del cartel de encantamiento.

Un niño en su bondad de inocencia susurró

a voces al oído del trabajador en su puesto de trabajo, “señor ¡oiga señor!¡el cartel está al revés! ... Él, como si todo lo viese, cogió con maestría y velocidad el cartel y rápidamente lo puso en posición correcta.

Las horas pasaban lentas, el sol acariciaba su rostro, la ligera brisa calmaba con maestría la posición que el trabajador tenía. Recostado sobre una losa a modo de lápida de hombre muerto estaba el ser sin luz, abstraído, absorto en no sé qué líos mentales, cuando un hombre se le acerca y le dice: “¿qué pasa con vos, tenés una mala mañana?, Si me da permiso vos, yo le podría ayudar”.

Él, sin nada que perder y mucho que ganar le da conformidad al hecho.

El hombre, alto, delgado, con barba de varios días, saca su herramienta en forma de lapicero y por el reverso del cartón empieza a escribir bien el texto.

Acabando su obra le dice el personaje, “che, suerte mi boludo amigo, luego le veo y me cuenta, saludos”.

El ciego aparte de no ver nada tampoco entendía nada, como tampoco entendió cómo por arte de magia los cuartos, las monedas empezaron a sonar en su bote de hojalata. Incluso un silencio sonoro le pareció oír a la caída de algunas monedas en forma de papel, algo impensable, pensaba

para sus adentros. El día pasó volando, las emociones eran amplias, casi desproporcionadas y más cuando empezó a llenar sus bolsillos de tan increíbles ganancias. Estaba en momento de alta emoción cuando apareció el personaje del momento, ¿”Cómo le fue viejo? ¿Tuvo suerte en el día de hoy?”.

“Suerte, dice suerte, es algo increíble” alcanzaba a decir con cierta torpeza por la emoción del momento “¡es usted un ángel!” Preguntó el ser oscuro, “¿Pero qué decís vos? Yo no soy ningún ángel, no seas boludo, yo sólo creo en el poder de las palabras, de las letras. Cuídese y un saludo”.

Ese día él retorno a casa, fue tan rápido como sus piernas y su bastón se lo permitieron,

Sólo hizo un alto en el camino de ese ser de apetito insaciable para contarle las bondades de ese día. “¿Cómo te fue compadre? ¿Funcionó el cartel de mi obra?”

“Claro, eres un artista”… y se lo enseñó con habilidad pendenciera.

Y el ser de aspecto innombrable alcanzó a leer, “¡esto está mal!¡esto no lo he escrito yo¡

Aquí solo pone………..

Esa noche, por primera vez en mucho tiempo, fue infiel en su copla de adormecimiento.

Pensó que era de justicia pensar en el poder de las palabras, que su encantamiento de sueño lo podía posponer para otras noches.

Lo que no sabía, no intuía, no podía imaginar el hombre sin luz en la mirada, era que esa no seria la única noche de infidelidad, llegarían otras muchas, tantas como letras podía albergar su conocimiento.




martes, 9 de junio de 2009



Hoy era un día cualquiera


Las largas tardes de domingo pasaban delante de sus ojos como los vagones de estación en estación, el furor de su juventud debería de arrancarla de las fauces de la monotonía de todos esos domingos de cansino peregrinar por los mismos lugares, las amigas no la entusiasmaban lo suficiente como para arrancar grandes sonrisas de sus grandes labios, ella, sin saberlo, necesitaba, esperaba que en su vida se rompiesen esas cadenas que día a día frenaban sus aires de libertad. A menudo, cuando se quedaba a solas con sus pensamientos, clamaba al cielo para que sus sueños se fueran cumpliendo, algo esperaba, algo tenía que pasar en su vida para que su sonrisa fuera real, auténtica.

Pero hoy no parecía que ese día fuera a cambiar nada, sabía de antemano que el día de hoy tendría el mismo final que el de la semana anterior, y la anterior…

Entre semana, las ocupaciones propias de sus años la tenían lo suficientemente atareada como para tener el tiempo ocupado, los libros siempre la habían gustado, era una lectora empedernida, los devoraba, los estilos literarios se entremezclaban sin ningún tipo de estructura, tenía la capacidad de pasar de la literatura más caótica a la poesía extrema del romanticismo de Giacomo Leopardi o la retórica conjuntada de Antonio Gala.

En su pequeña biblioteca se entremezclaban autores tan dispares como Pérez Reverte, Emilia Pardo Bazán, Kaplan, Isaac Asimov o Mary Higgins Clak. Pero su pasión, su gran pasión era la poesía romántica.

A pesar de su juventud era conocedora del parnasianismo y de otras corrientes como el postromanticismo y el surrealismo; era sabedora del romanticismo español de Espronceda, del italiano Ugo Foscolo o del originalismo inglés de William Blake.

Pero sin dar lugar a duda, su autora preferida era una gallega como ella, un personaje que conocía a la perfección, la “Amiga Rosalía”, como la gustaba nombrarla, era la compañera infatigable de los grandes momentos de su vida

Maria Rosalía Hita, hija de madre soltera era hoy por hoy una amiga infatigable.

Sus versos de tono íntimo acunaban con lentitud sus largas tardes, noches de amplia soledad….

Inexplicable angustia

Hondo dolor del alma,

Recuerdo que no muere,

Deseo que no acaba


“Nada más intenso –pensaba- que la posibilidad de dejarse embelesar por las mágicas composiciones que adornaban su literatura”.

Toda esa expresión romántica fue creando un ser soñador, algo fuera de tiempo, pero con tantas ilusiones que las tardes de domingo se le hacían lentas y torpes por la falta de interés que en ella se creaba.

Sus amigas, seres con poco o ningún interés por sus aficiones, estaban más preocupadas por las naturales situaciones que requería la edad. Quizás tenían algo de cierto resquemor por la amplia cultura literaria que ella procuraba ocultar para no sentirse extraña entre su entorno más próximo.

Ese día, ese domingo, se decidió por la unanimidad de su amiga más atrevida, que tenía un plan estupendo, la rubia de grandes ojos azules con unas medidas que dejaban temblorosos a todos los chicos de su edad, esos en los cuales todavía las espinillas les seguían jugando tan malas pasadas, que les hacían sentirse inseguros de su propia inseguridad.

Como una tropa con gobierno se dispusieron a acometer el plan novedoso que la poderosa amiga había preparado.

El viaje fue tranquilo, exceptuando esos tres chicos que con absoluto desdén tocaron con cierto despropósito cierta parte de la rubia sargento, quien con poderosa sangre fría arreó un guantazo al más avispado de los amigos, lo que causó una gran y profunda carcajada en el autobús. Los chicos, con cierto asombro, no pudieron reaccionar y el silencio se hizo para ellos un momento para olvidar; para las chicas se convirtió en un auténtico clan de risas al unísono. Quizás eso y los aplausos de los viajeros al ver el espectáculo hicieron que los tres amigos se detuvieran en la siguiente parada del autobús de línea.

Después de las risas, el alboroto y los comentarios de los viajeros, llegaron al destino del día.

El público que llenaba el recinto era numeroso, casi un poco agobiante, pero ellas estaban dispuestas a pasárselo a tope.

Las bebidas refrescantes se hacían de obligado cumplimiento, el calor era intenso a pesar de las horas tardías, el público que llenaba el recinto era muy variopinto. Los niños con globos de mil colores, en una mano el inmenso algodón de azúcar, que acertaban a coger con glotonería con la mano más pringosa de ese dulce tan pegajoso.

Los colores que envolvían las atracciones, ayudados por las inmensas filas de focos de colores hacían del lugar una locura de luces. Los poderosos altavoces conseguían entremezclar los imposibles sonidos que dejaban que una conversación fuera casi imposible de mantener. Todo esto ayudado de los griteríos del público infantil enfervorizado por todo lo que allí se podía disfrutar.

Esa idea a ella la puso un poco a la defensiva, la idea de su amiga no la gustó en exceso. Le molestaban las aglomeraciones, prefería la tranquilidad de la naturaleza, pero no podía poner la nota discordante así que con una mueca sonrió y dijo con fingida alegría:“¡vamos!”, y ahora, que estaba en el centro de la algarabía se propuso apartar sus deseos de soledad y se dispuso a ser la más aventurera en el mundo de ruidos y despreocupaciones. Dió un suave grito y dijo: “¡allí, allí está la montaña rusa!”, a lo cual las amigas de correrías certificaron su idea y todas con alborozo fueron dispuestas a enfrentarse con el reto de la atracción.

Todas las amigas subieron en el mismo vagón. La primera, como era de ley, la sargento. El resto en tropel subieron a la aventura. Los gritos en los descensos eran ensordecedores. En las imposibles piruetas las melenas al viento las hacían sentirse como auténticas amazonas galopando en sus bravos corceles y jaleaban con fuerza en los ascensos para coger un impulso imposible.

Con todas estas emociones acumuladas llegaron al fin del viaje. Todas se sentían deseosas de repetir esa sensación tan fuerte, pero al bajar del vagón pasó algo que nunca ni en los secretos sueños había podido creerse.

Había leído algo de la química, la posibilidad de encontrar a alguien que en alguna parte del mundo estuviese químicamente conectado, ¡que la estaba pasando! Eso para ella sólo era literatura, nada real, algo tan efímero como una brisa suave en día de calma chicha.

¿Cómo era posible?, en un momento el corazón se le aceleró más que en la más poderosa bajada de esta loca montaña de metal.

No entendía lo que la estaba pasando. Era un poder sorprendente, algo que en no sé qué libro una vez leyó que existía, pero que era sólo eso, literatura con aires de ciencia ficción.

Allí estaba ella y allí estaba él. Ese ser con ese poder y que por la asombrosa situación parecía que él también sentía el poderoso influjo de no se sabía qué, pero que era tan real, ¡amor a primera vista! repasó en fracción de segundos en su mente, ¿en dónde, en qué libros había leído eso de amor salvaje, amor desesperado, pasión contendida que estaba a punto de explotar con no se sabía qué efectos?

El tremendo ruido del entorno, las inmensas luces se apagaron para ellos al momento. Sus amigas, incluso la poderosa sargento, dejaron de existir en ese universo, nada.

Sólo dos miradas de fuego enfrentadas cruzaban a galope la distancia de sus sueños. Como dos galeones españoles se dejaron abordar. En un instante, como por un arte de magia blanca, expusieron sus tesoros en la cubierta de ese barco sin timón y se dejaron mecer en las olas de ese mar en calma que les hizo transportarse a un mundo entremezclado entre realidad y fantasía, ¿cómo podía ser? –pensó- “¡esto no me puede estar pasando!, ¿qué encantamiento hay en mí para que sienta en un instante el poder del mar bravío, de la fuerza de los huracanes y la energía de un volcán en erupción?”.

“¡Es verdad!”, gritó para dentro de sí en un silencio imposible, “¡es verdad, esto existe y yo formo parte de este poder!”.

Se sintió tan poderosa que incluso ella en su estado de semiinconsciencia se asustó. Algo con lo que siempre soñó estaba delante de ella, ¿qué importaba que hubiera sido alto, bajo, feo o atractivo? ¿qué más daba si negro o blanco? Lo importante era lo que estaba sintiendo, lo que el destino la había ofrecido y lo que eso podía llegar a suponer en su vida.

Pero el ser que estaba ofreciéndose delante de ella era un personaje que la ruborizaba, la hacía sentir no merecedora de lo que la estaba pasando. Pelo corto, rubio, sus musculosos brazos denotaban que el trabajo que realizaba era de un cierto rigor físico.

Su esbelta figura estaba adornada por un pantalón vaquero que acompañaba con gracia su camisa a cuadros de tonos suaves. Con su mano derecha sujetaba un helado de bombón que por el efecto del calor del momento sólo se atisbaba a ver el palo con premio de ese sabroso postre.

Ella, en ese universo intemporal que era su vida en ese momento, se armó de valor y como una osada cantinera de una posada le dijo con ese maravilloso y dulce acento gallego, que la hacía ser merecedora de que alguien la dedicara la más hermosa de las poesías: “HOLA MI AMOR” y él con fuerte voz lanzó al aire unas imposibles palabras que no alcanzaba a entender. Ella, repitiendo su actuación como una verdadera actriz, susurró de nuevo la misma frase y él dejó escapar otra frase imposible, pero ella se dio cuenta, entendió por qué no alcanzaba a entender las palabras de su amado: no era español, no era gallego, “¡pero qué más da!” –pensó-, ese ser era suyo y lo sería para siempre.

En ese mismo instante, un grito venido del otro mundo la hizo encontrarse con la otra realidad alternativa. Eran sus amigas que la gritaban con cierta preocupación, “¿estás bien? ¿te ha pasado algo?, a lo cual ella, girándose lentamente con la mirada encendida acertó a decir de una manera pausada, “nunca, nunca he estado mejor amigas mías”.

Ellas, las amigas, no entendían nada, pensaban que la atracción había trastornado temporalmente la mente enfermiza de la asidua buscadora de historias. No podían entender el alcance de lo que estaba pasando y en lo que se iba a convertir esa situación tan disparatada para los ojos de sus compañeras.

Abandonó a sus amigas con un descaro no conocido en ella. El poder que sentía era tal que en ese momento nada ni nadie tenía la fuerza suficiente para detener toda su energía. Agarró con decisión la fuerte mano del hombre de su vida y lo arrastró con maestría por toda la feria para buscar un sitio lo suficientemente tranquilo para poder entender qué es lo estaba pasando en su vida.

Solos los dos… no hacían falta las palabras. El fulgor de sus ojos era como un idioma común que tenía la claridad de una mañana despejada, las temblorosas manos de ambos hacían de elementos de traducción con una facilidad de mil lenguas, las sonrisas de ambos podían calmar al más furioso de los mares embravecidos. Era tal el poder que generaban, que ellos mismos no alcanzaban a entender la fusión que estaba produciéndose dentro de ellos… y la fusión se produjo: mil lunas llenas iluminaron su noche, mil velas encendidas adornaron su bosque encantado, mil palabras no dichas envolvieron los aromas en forma de poesía. Incluso su amiga Rosalía osó aparecer por un instante con palabras que adornaron su mundo sin reglas.

La aventura de su nuevo universo no había hecho más que empezar, y solo ellos lo sabían.


Hoy era un día cualquiera…………para el resto del mundo.