“Por aquí se rompe España”, gritaba yo el pasado fin de semana con el hacha en la mano, por eso he decidido hacer fin de semana monacal y marcharme a un monasterio, lejos de las cervezas con alcohol, de las mujeres bonitas y los hombres valientes.
En un monasterio el tiempo pasa lento y pausado, las cervezas se convierten en líquidos pecaminosos, las mujeres en lesbas de una sola dirección y los hombres solo son el abandono del humorismo en pos del recogimiento.
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