sábado, 23 de abril de 2011


Una semana Santa

El final de la tarde estaba en su cenit dando paso a la negra noche, el caudal de espesa negrura que se presentaba ante si, era como un apocope de tristeza que se materializaba ante sus pasos cuando traspaso el umbral de la puerta de esa gran casa.

La morfología del silencio se representaba de una manera dolorosa, y las paredes eran como sombras en movimiento que materializaban figuras dantescas por el efecto de las llamaradas de las velas que iluminaban la estancia.

Los silencios rotos por el sonido repetitivo de los rezos de unos oscuros seres que tapaban su cuerpo con vestimentas negras, y los oscuros pañuelos que adornaban sus cabezas agachadas y agitadas al unísono de un oramiento constante, envolvían el rectangular perímetro de un gran ataúd. Dentro, un ser con la mejor de sus galas, trajeado, con una boina bien calada, parecía que esperaba con una paciencia infinita el tren de su ultimo viaje.

La coexistencia entre los seres que envolvían la habitación era turbadora, la imagen era de las que siempre se quedarían en las retinas de todos los ojos, sembradas al ritmo frenético de las llamaradas de las velas, todo parecía irreal, la representación de un velatorio era como una obra escrita por un ser maléfico que disfrutaba con la oscuridad de las tinieblas, y disfrazaba a los personajes con la tétrica imagen de un oscuro adiós. La única imagen disonante era una pequeña mesita de madera recia, oscura como la noche, en la cual reposaba casi inerte una bandeja de un metal claro brillante, con un descaro y un atrevimiento que la osadía era rebajada por unos vasos vacíos alrededor de una botella de anís, la cual sin saber como, estaba en su ultimo suspiro como haciendo una referencia final de una manera sincrona con el adiós del velado difunto. Quizás la larga noche tenia que ser suavizada y acelerada por los vapores del dulce liquido elemento, algo casi necesario para aguantar y enrocar a las doñas envueltas en negros ropajes.

Flanqueado por ambos lados, dos grandes achas encendidas acentuaban una imagen que para un novato de situación la escena daba esencia a toda una forma de vida y de muerte, su padre, un ser metódico, religioso, le había recomendado de una manera dictatorial que ya tenia edad para que aprendiese a ver que la muerte formaba parte de la vida y que la despedida de un ser querido podría ser algo necesario para entender que estamos de paso, y comprender la necesidad del ultimo adiós. Para el, firmar un adiós es como rubricar la esencia de un momento final, dejar a un lado la disonancia personal y aprender a decir adiós, era un acto de crecimiento personal, dé valentía y de respeto hacia los demás y por consiguiente hacia uno mismo




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