Aquel día cogio la mochila que pacientemente había preparado
el día anterior y se dispuso a comenzar su viaje, sabía que tardaría horas en alcanzar
la costa, esa noche no había luna, y las estrellas apenas asomaban con un tenue fulgor para marcar el camino que con
decisión había tomado.
Era su primera incursión en ese desconocido camino, pero los
viejos mapas encontrados en los cajones de un armario desvencijado que había
consultado estaban bien definidos.
En el caminar de la noche escuchaba los sapos en las cunetas de la carretera, y
el destello de los coches con las potentes luces ayudaban a seguir el largo
camino hacia su destino, en su mente la imagen de su padre ayudaba a trazar el
camino hacia ese lejano mar.
El ruido de una sirena en la bocana del puerto marco con certeza que el camino había sido el
correcto, acelero el paso con ilusiones renovadas y llego a divisar al fondo de
la línea del horizonte, la imagen de un
barco azul y rojo que con una imagen imperecedera amenizaría su visión en el amanecer de ese
esplendido día.
El tacto rugoso, áspero, no le era familiar, el
envejecimiento prematuro por el continuo desgaste del salitre del mar había
dejado las marcas en los amarres de la bocana del puerto, allí sentado,
mientras los tímidos primeros rayos de sol entibiaban su piel, esperaba la
llegada de su padre, mientras el fuerte olor a pescado seco se introducía en su recuerdo para el resto de su vida,
jugaba con los restos de un trasmayu
abandonado.
El deseo de ese día era saltar al barco en el que su capitán
le regalase un raro pez en un caldero, y
lo estaría mirado hasta la llegada de su padre.
Aquel día había cumplido 8 años, y el mar, traidor, no le concedió
mas deseos, de hecho nunca le concedería
nada.
Solo el acibarado recuerdo de un fuerte olor a pescado seco,
que se introdujo en su mente como un amargo recuerdo, para siempre.
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